sábado, 25 de octubre de 2014

Aterrizando

No había calculado lo que iba a costarme adaptarme de nuevo a este otro lado del charco.
No duermo a las horas que están marcadas para ello, no como a esas horas estipuladas, voy a otro ritmo, más pausado, más calmada, pero todo me empuja a mi alrededor.
Como si tuviera que salir corriendo siempre para algo y no sé a qué.

Unos días para ver a la familia, para acudir al Congreso de Educación Alternativa en Vitoria-Gasteiz y de pronto, me ví aquí, en Bilbao, de nuevo.
Sus calles están igual, su gente, sus precios... y me siento tan lejos de aquí. Parece que pasaron años desde la última vez que estuve recurriendo estas mismas calles.

El otro día me encontré a un amigo, de esos que nunca llamas para tomar algo, pero siempre te alegras enormemente de encontrártelo por la calle. Después de darme un caluroso achuchón, me miró a los ojos y me dijo: "cambiaste, algo te pasó, pero cambiaste." Y después de una pausa, añadió: "a mejor".

Lo cierto es que yo me siento otra, lo que he vivido estos meses me hace despertarme con otras ideas cada mañana.
Echo de menos esos pancitos, esas tlayudas, esos esquites, mis queridos tamales de chipilín con queso... Echo de menos el aire a 2400 metros de altura, las calles de pueblito pequeño, el que la gente te toque para saludarte, te hablen con ternura aunque sea la primera vez que te ven. Echo de menos la gente que me ha cuidado tanto allá.

Y echo de menos lo que recordaba de Bilbao, mi familia de aquí. Echo de menos el tocar los timbres de tu gente para que te abran la puerta y subas en ascensor bilingüe. Echo de menos los miércoles de cine, la huerta en el balcón, las miles de horas en el Antxi.
Pero ando descubriendo otros espacios, a un ritmo más parecido al mío.
Creo que hay una nueva etapa por vivir, un nuevo Bilbao.
Y ahí voy, a disfrutarlo.