Es difícil trasmitir mi día a día aquí, pero intentaré hacer un esbozo para que podáis imaginarlo.
Vivo en Junax, un centro para personas voluntarias que vienen a trabajar en su mayoría con el http://www.frayba.org.mx/ el Centro de Derechos Humanos.
Normalmente vivimos unas 13 o 14 personas juntas, varias colaboramos con otras asociaciones, sobre todo con mujeres indígenas, pero el resto del grupo integrante de la gran casa comunal son, literalmente escudos humanos. A nivel formal e institucional se les denomina "observadores internacionales". Suelen ir a las comunidades donde hay algún riesgo de violación de derechos, para estar ahí, sin más. Es más complicado explicar la desaparición de una alemana que de una chiapaneca.
Duele decir esto, escribirlo, siquiera pensarlo... pero la realidad es que el color de piel y de pelo sigue siendo una distinción, un status social.
En casa estamos estables unas 8 personas, el resto de la gente va variando bastante. Cada semana llega gente nueva y se va gente con la que estás compartiendo tu día a día, tus preocupaciones y tus filosofías. A veces me cuesta bastante, se van trocitos de tí cuando has conectado mucho con alguien y de repente marcha. Pero, como dice Arkaitz, un compañero euskaldun, siempre encuentras a alguien que sustituye ese huequito.
En la asociación ya me han dado una tarea más estable. Daré los lunes un taller de redacción en castellano a 5 mujeres de 3 culturas y 3 idiomas distintos. Todo un reto esto, pero con muchas ganas.
Y en cuanto a la vida aquí... compartir una pequeña anécdota:
Siempre me ha gustado andar, tengo las piernas largas y me llevan lejos. Aquí, es curioso ir andando por la calle, en las altísimas banquetas que hacen de acera es muy complicado pasar varias personas a la vez, sobre todo si se van en sentidos contrarios. Hasta hace pocos años, a las personas indígenas se las prohibía ir por las aceras, debían bajarse a la carretera cuando se cruzaban con alguien. Aún hoy las personas mayores, cuando te ven venir, bajan disimuladamente. Yo repito el mismo gesto y curioseo buscando su mirada al cruzarme con ellas, sus ojos rasgados suelen mirarte extrañadas.
Normalmente vivimos unas 13 o 14 personas juntas, varias colaboramos con otras asociaciones, sobre todo con mujeres indígenas, pero el resto del grupo integrante de la gran casa comunal son, literalmente escudos humanos. A nivel formal e institucional se les denomina "observadores internacionales". Suelen ir a las comunidades donde hay algún riesgo de violación de derechos, para estar ahí, sin más. Es más complicado explicar la desaparición de una alemana que de una chiapaneca.
Duele decir esto, escribirlo, siquiera pensarlo... pero la realidad es que el color de piel y de pelo sigue siendo una distinción, un status social.
En casa estamos estables unas 8 personas, el resto de la gente va variando bastante. Cada semana llega gente nueva y se va gente con la que estás compartiendo tu día a día, tus preocupaciones y tus filosofías. A veces me cuesta bastante, se van trocitos de tí cuando has conectado mucho con alguien y de repente marcha. Pero, como dice Arkaitz, un compañero euskaldun, siempre encuentras a alguien que sustituye ese huequito.
En la asociación ya me han dado una tarea más estable. Daré los lunes un taller de redacción en castellano a 5 mujeres de 3 culturas y 3 idiomas distintos. Todo un reto esto, pero con muchas ganas.
Y en cuanto a la vida aquí... compartir una pequeña anécdota:
Siempre me ha gustado andar, tengo las piernas largas y me llevan lejos. Aquí, es curioso ir andando por la calle, en las altísimas banquetas que hacen de acera es muy complicado pasar varias personas a la vez, sobre todo si se van en sentidos contrarios. Hasta hace pocos años, a las personas indígenas se las prohibía ir por las aceras, debían bajarse a la carretera cuando se cruzaban con alguien. Aún hoy las personas mayores, cuando te ven venir, bajan disimuladamente. Yo repito el mismo gesto y curioseo buscando su mirada al cruzarme con ellas, sus ojos rasgados suelen mirarte extrañadas.